Señor nuestro Dios, nos regocijamos de poder llamarnos tus hijos. En nuestra debilidad te pedimos refugio en tus manos. Fortalécenos en la fe y esperanza de que con seguridad nuestras vidas vayan por el camino recto, no por nuestro propio esfuerzo, sino por medio de tu protección. Concede que a través de tu Espíritu, lleguemos a percibir más y más que estás con nosotros. Ayúdanos a estar alertas en nuestra vida cotidiana y escuchar cuando tú nos quieres decir algo. Revela el poder y la gloria de tu reino en muchas personas, para la gloria de tu nombre, y apresura la llegada de todo lo bueno y verdadero en la tierra. Amén.
Amado Padre que estás en el cielo, ante ti estamos como tus hijos y alzamos a ti nuestra mirada. Somos pobres y necesitados, a menudo desdichados y atormentados. Permite que tu mirada descanse sobre nosotros y nos concedas la ayuda que necesitamos. Bendícenos cuando nos reunimos en el nombre de Cristo Jesús, para que seamos un pueblo que aprende a servirte en todos los caminos que andamos, aunque sea difícil. Danos una fe verdadera para cada momento. Que tengamos alegría y confianza en que estás con tus hijos, y que permaneces con ellos para siempre, hasta la gran hora de la redención, cuando nos regocijaremos con todas las generaciones pasadas y con todos los que viven hoy día. Amén.